La científica Fátima Mereles, botánica, profesora y exploradora por la Universidad Nacional de Asunción (UNA), asegura que el daño en cuanto a especies perdidas en el Bosque Atlántico es incalculable por la deforestación que ha sufrido en los últimos años, y lo que se agravó con los incendios del último año. Desde Guyrá Paraguay, organización que trabaja hace décadas en la conservación e investigación de vida silvestres y áreas protegidas del país, señalaron que hay un equipo que sigue trabajando en la recolección de los datos para tener el mayor registro posible sobre lo que se ha perdido por estos incendios, pero que definitivamente, el daño ambiental en cuanto a la pérdida de especies es enorme.
La tragedia del Bosque Atlántico
Desde el cielo gris caen las cenizas por todas partes. El humo que sale de los bosques de la Reserva San Rafael, en el departamento de Itapúa, a lo largo y ancho de toda la serranía, es espesa y no permite ni siquiera ver lo que hay a más de 50 metros de distancia. El viento por momentos aparece como un remolino descontrolado y los hilos de fuego toman altura hasta llegar a la copa de los árboles secos. Es imposible luchar contra la voracidad de las llamas que van consumiendo todo. En pocas horas, árboles nativos de 100 a 200 años terminan hechos cenizas.
Según un informe del Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADES), dicha área protegida perdió 29.650 hectáreas por los incendios forestales. Es decir, el 40% de todo su territorio, que tiene unas 73 mil hectáreas. “Solamente dan ganas de llorar”, dice Celia Garayo, coordinadora de la organización Pro Cordillera San Rafael (PRO COSARA), que trabaja desde hace años en la conservación de la reserva. Garayo dice que durante semanas han peleado como pudieron contra los incendios, pero que es imposible si no se tiene equipamientos más avanzados, sobre todo, por la fuerza con que esta vez se propagaron los incendios.
Este año el país soportó, además de la pandemia, una dura sequía alcanzando nueve o diez meses sin lluvias en varias zonas, lo que facilitó multiplicar los posibles incendios, a través de focos de calor detectados por satélites. Entre agosto y octubre se tuvo entre 2.500 a 3.000 focos semanales en todo el territorio paraguayo, según datos satelitales del Ministerio del Ambiente. Esos focos rápidamente se transformaron en grandes incendios y la situación fue dramática en varios puntos del territorio paraguayo. La humareda fue una constante, cubriendo durante días zonas urbanas y rurales. Incluso, los asuncenos y quienes viven en la zona metropolitana, como no había ocurrido antes, sufrieron las consecuencias con un ambiente cargado de humo.
Pero quienes pasaron por peores situaciones fueron las familias que viven en las regiones donde se generaron estos incendios. En ese sentido, el fuego que azotó a gran parte del Bosque Atlántico Alto Paraná (BAAPA) donde tiene como víctimas, además de la fauna y flora, a las comunidades que viven dentro de los remanentes boscosos. En Alto Verá, donde está ubicada una parte importante de la Reserva San Rafael -dentro del BAAPA-, el fuego devoró comunidades campesinas e indígenas. Las familias campesinas que viven en Santa Ana, colindante con la reserva, tuvieron que ser evacuadas de manera provisoria en la sede operativa de Pro Cosara. En el salón multiuso, al menos 25 familias tuvieron un techo donde refugiarse tras perder sus casas. Diosme Garay, uno de los pobladores de la comunidad Santa Ana, relata que desde hace varios días soportan el calor intenso y la humareda. Hay días de intenso sol, con poco viento, y el humo se queda durante horas en el ambiente, cuenta Garay.
En el interior de la Reserva San Rafael hay una comunidad indígena denominada Arroyo Morotĩ, que es del pueblo Mbya Guaraní, y al que ellos llaman el “tekoha guasu”. Allí, el fuego consumió las plantaciones de yerba mate que formaban parte de un programa de producción de yerba mate orgánica de los indígenas. Lo único que les queda hoy es el aroma a cocido que se percibe en todo el ambiente.
Eusebio Chaparro es el líder de esta comunidad sumida en la pobreza y que, a pesar de estar ubicada sobre el acuífero Guaraní, es una de las reservas de agua dulce más importantes del mundo, no tiene ni siquiera agua potable para sus 50 familias. “Tenemos que ir a tomar agua de algún arroyo cerca”, relata don Chaparro.
El líder Chaparro perdió 12 hectáreas que ya tenían un tiempo de trabajo y que estaban como para progresar con el proyecto. Ahora es empezar de cero, dice. Chaparro, de pies descalzos y mirada dura, habla sobre las necesidades de su comunidad. Menciona la falta de apoyo por parte de las autoridades, que no aparecieron en esta pandemia y menos después de los incendios. Es como un descargo ante tanta desidia que sufren en una tierra que apenas décadas atrás, era el hogar de sus ancestros y estaba lejos de sufrir las amenazas actuales.
Ramón Benítez, de la comunidad Pykasu’i, ubicada a unos kilómetros de Arroyo Morotĩ, perdió toda su vivienda en los incendios. Don Benítez muestra incluso cómo se achicharraron sus utensilios por la intensidad del fuego. No le quedó siquiera una olla utilizable. Al igual que en Arroyo Morotĩ, en esta comunidad la ayuda de las instituciones del Estado ha sido escasa, pero Benítez alberga una mínima esperanza de que al menos caiga la lluvia para eliminar los focos de incendio que todavía rodean a su comunidad y a toda la reserva.
Según el sistema satelital Global Forest Watch (GFW), entre octubre y noviembre de 2020, el Departamento de Caazapá registró 1.500 alertas de incendios forestales. En Itapúa, señala que hubo cerca de 2.997 alertas de incendios en ese mismo periodo. De esta cantidad, 1580 alertas se registraron en la localidad de Alto Verá.
Para los bomberos forestales que trabajan en esta región del país, la lucha contra el fuego se volvió casi imposible. Con poco personal y una logística que no alcanzaba para hacer frente a todos los focos, este puñado de personas tuvo un trabajo muy pesado para frenar los incendios. En el caso de la reserva San Rafael, los técnicos de Pro Cosara trabajaron también en la evacuación de las familias afectadas, e incluso, tuvieron que buscar recursos para conseguir alimentarlos. Algunos productores de la zona acercaron alimentos como leche, galletas y otros como para que puedan repartir a la gente evacuada. Las lluvias que cayeron entre los últimos días de noviembre y los primeros de diciembre trajeron calma y ayudó a bajar la intensidad de focos. Para la segunda semana de diciembre, los posibles focos de incendios se redujeron a 300 más o menos en toda la región Oriental, según GFW.
Alicia Eisenkölbl, directora ejecutiva de PRO COSARA, dice que el hecho puntual que genera toda esta cadena de situaciones desfavorables es la indefinición legal de la Reserva. “El San Rafael es un área que no está consolidado como Parque Nacional y ese es un gran problema. Por ejemplo, cuando tenemos estos incendios es que se puede aprovechar para hacer el cambio de uso de suelo. Y eso es una problemática que surge y no hay un control por parte de las autoridades de aplicación. La pérdida de biodiversidad que tenemos con los incendios y con los desmontes después es muy importante”, comenta Alicia.
“Se está haciendo carbón del bosque más rico y biodiverso del país” agrega a su vez José Luis Cartes, directivo de la Organización Guyrá Paraguay. “El bosque solamente se puede quemar cuando ya está muy degradado y con condiciones climáticas extremas. Lastimosamente tuvimos esa condición de sequía histórica y la gente, mucha gente aprovechó para atacar al bosque… hubo una guerra (y sigue) declarada contra el bosque en San Rafael con el objetivo de exterminar esos bosques” señala Cartes.
El Gran Chaco
Al otro extremo de Paraguay, en la región Occidental, en el gran Chaco, los incendios también causaron estragos en los últimos tiempos, en un área donde la ganadería se ha impuesto y donde también, de a poco, la agricultura mecanizada va ganando terreno. Apenas del otro lado de la frontera paraguaya, en el territorio de la Chiquitania boliviana, las autoridades calculan la destrucción de unos cuatro a cinco millones de hectáreas arrasadas por las llamas, una verdadera catástrofe ambiental.
Del lado paraguayo, los registros hablan de unas 300 mil hectáreas destruidas por los incendios en el 2019. En el mes de mayo de 2020, el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADES) intervino cinco establecimientos ganaderos en la localidad de Tacuara, Benjamín Aceval, bajo Chaco, donde los incendios destruyeron unas 10 mil hectáreas. La intervención del MADES obedeció a que se sospechaba que los incendios se hicieron para convertir bosques en pasturas, para la ganadería. En este sentido, un informe de GFW señala que el 93% de la pérdida de masa forestal en Paraguay en el 2019 se dio por actividades ligadas a la producción de materia prima como la carne vacuna, la soja y la madera.
La Plataforma Nacional de Commodities Sustentables señala en su página web que la producción de soja abarca actualmente unas 3.380.000 hectáreas en nuestro país. Menciona también que la soja es el producto agrícola que genera más ingresos a la economía local, con un poco más de US$ 3.000 millones al año; además de cubrir el 62% de las exportaciones y de contribuir con cerca del 17% del PIB, según esta plataforma.
En cuanto a la producción vacuna, hasta el 2019, Paraguay estaba en el top 10 de mayores exportadores de carne en el mundo. Al cierre de ese año, nuestro país comercializó unas 320.000 toneladas (peso carcasa) de carne bovina, según datos de la Cámara Paraguaya de la Carne. Además, el Chaco registró un crecimiento ganadero exponencial: De 3,5 millones de cabezas que tenía el hato ganadero en el 2009, diez años después, la población bovina del Chaco cerró con 6.473.531 cabezas, según datos de la propia Asociación Rural del Paraguay (ARP).
Para el ingeniero Luis Codas, ex congresista paraguayo y hombre vinculado al mundo ganadero del Chaco, es un despropósito pensar que todos los incendios registrados en el país sean ocasionados intencionalmente para ganar pastura. “¿Quién es el ganadero que va a incendiar a propósito, cuando con eso arriesga la vida de sus animales, quién va a quemar su propio terreno?, plantea.
Sin embargo, habla de la inconsciencia o la ignorancia de la gente como un factor clave a la hora de encontrar responsables de los incendios, ya que se habla de que la mayoría se genera por intervención humana. “La gente tira su colilla de cigarrillos sin pensar en el perjuicio que eso puede ocasionar. Imaginate con la pastura seca, con un vientito, eso se vuelve incontrolable”, señala. Sin embargo, asegura que no duda que haya gente que lo haga también con otras intenciones. Atendiendo esta situación, Codas habla de la importancia de un Estado presente.
En ese sentido, menciona que lastimosamente las instituciones del Estado que deben velar o controlar estas situaciones están sin muchos recursos. “Tenemos que buscar ser más previsibles. De qué sirve venir cuando ya se quemó todo. Nos falta mayor logística para enfrentar situaciones difíciles” dice Codas.
En el Pantanal paraguayo, una zona de riquísima biodiversidad que forma parte del gran Pantanal (tiene unas 16 millones de hectáreas e incluye territorios de Brasil, Bolivia y Paraguay) los fuegos continuaron este año. Un informe de la Fundación Amigos por la Naturaleza (FAN) de Bolivia, señala que del 1 de enero al 4 de agosto de 2020, los incendios afectaron un total de 768 mil hectáreas en el Gran Pantanal. De esta cantidad, 86 mil hectáreas (11%) correspondió a territorio paraguayo, 147 mil (19%) hectáreas al boliviano y 534 mil (70%) hectáreas al territorio brasileño.
“Por suerte este año los incendios no afectaron a nuestras comunidades, pero el problema es que se queman los bosques y se pierden los animales silvestres, que son nuestros alimentos”, expone César Barboza, concejal indígena de Bahía Negra, en el Departamento de Alto Paraguay, y poblador de la comunidad de Puerto Diana, del pueblo Yshir, que vive hace unos 500 años en la zona del Pantanal paraguayo y son considerados los habitantes ancestrales de estas tierras.
Los incendios no afectaron directamente las comunidades indígenas en la zona de Bahía Negra pero sí los bosques que los rodean que en la tradición representa parte de la vida, enraizada en las costumbres y creencias que tienen.