Como productora del Chaco, nacida y criada en la región, no considero la soja como un alimento. Para mí, es una enfermedad. Los alimentos saludables son los de la época de mi padre, boniatos, yuca, calabazas… La soja es para los grandes fondos de dinero, no para nosotros.
Han venido aquí para enfermarnos con la soja, al Chaco. Y creo que pasa en toda Argentina también.(…) Vienen siembran, envenenan, cosechan y se van. (…) Para mí, la soja no es buena, ni siquiera como alimento para los animales. Los animales se ponen enfermos (…) las gallinas no ponen huevos, el sabor de la carne es horrible. No es como el maíz que plantamos en nuestro Chaco. (…)
Los aviones [que fumigan con herbicidas] pasaron a las 6:00 de la mañana. Envenenaron el agua, el tanque, el pozo y la bebimos y los animales la bebieron. Y caímos enfermos, mis animales y yo. Nos hicieron enfermar.
—Catalina Cendra, campesina del Chaco, Argentina
Sostenible. Crecimiento local. Orgánico. Algunas palabras clave que buscan los consumidores europeos cuando adquieren carne en los supermercados, en las cadenas de comida rápida o en restaurantes finos. A nivel internacional, Europa es conocida por su compromiso con el medio ambiente y su lucha contra el cambio climático. Sin embargo, pese a esta preocupación pública, se mantiene un negocio que sigue encarnando la temeridad de la pasada era de contaminación y destrucción: la industria europea de la carne. El consumo de carne ha aumentado en Europa y, de media, en 2016, se consumieron por persona alrededor de 32 kg de cerdo, 24 kg de ave, 11 kg de vacuno y 2 kg de cordero .
La industria cárnica depende de cantidades masivas de soja que se emplean como pienso animal para la ganadería: aproximadamente un 75% de toda la soja mundial se utiliza como pienso animal. Se destina más de un millón de kilómetros cuadrados de tierra al cultivo de la soja , un área casi tres veces mayor que Alemania.
La producción de soja se extiende por la frontera agropecuaria latinoamericana, un punto candente de deforestación a nivel mundial. Las grandes empresas están promoviendo la destrucción de antiguos ecosistemas autóctonos, así como del hábitat de la flora y fauna que contienen, para dejar paso a los monocultivos industriales de soja.
Para esta soja, Europa constituye un mercado fundamental, el segundo más importante después de China . La agricultura europea depende en gran medida de la soja importada, que se emplea para la producción de leche, huevos, carne de cerdo, de ave y de vacuno. Europa importó 46,8 millones de toneladas de soja y de productos de soja en 2016 , de las cuales 27,8 millones provinieron de América Latina. Se requieren 8,8 millones de hectáreas para cultivar la soja que se importa a la UE, lo que equivale a un área más grande que Austria . El impacto ambiental de la carne consumida en Europa se ve determinado por la forma en la que se cultiva dicha soja.
El mercado de la distribución de alimentos y bebidas es el sector de manufactura más importante de Europa, con una facturación de 1,098 billones de euros en 2015 . Las cadenas principales de supermercados, como Carrefour, Lidl, Tesco, Aldi, Marks and Spencer y Ahold Delhaize, saben que muchos consumidores están preocupados por el gran impacto que puede tener el consumo de carne sobre el medio ambiente y la salud. Por lo tanto, a menudo comercializan sus productos cárnicos y lácteos como sostenibles y locales. Si bien es cierto que, por lo general, los pollos, los cerdos y las vacas se crían efectivamente en Europa, el pienso que consumen dichos animales proviene a menudo de miles de kilómetros de distancia, con un mayor impacto sobre el medio ambiente. Por esta razón, la etiqueta de «origen local» representa tan solo una verdad a medias sobre los orígenes de dicha carne.
Para averiguar el impacto real de la carne europea, enviamos a un equipo de investigadores a miles de kilómetros de distancia, a la frontera agropecuaria sudamericana, donde empieza la historia del filete que ingerimos. Documentamos cómo la soja cultivada para pienso animal promueve la deforestación en Argentina y Paraguay, dos de los principales países productores de soja en Sudamérica. Se trata de un seguimiento de nuestro estudio anterior sobre la deforestación a gran escala provocada por la soja en el Cerrado brasileño, así como en la cuenca amazónica de Bolivia. La mayor parte de la producción de soja en América Latina se concentra en estos cuatro países.
En esta nueva investigación, nuestro equipo visitó sobre el terreno plantaciones de soja recorriendo 4.200 kilómetros del ecosistema del Gran Chanco en Argentina y Paraguay y documentando la amplia destrucción de los ecosistemas naturales, incluso instancias de deforestación ilegal.
Los vídeos y las fotografías incluidas aquí muestran de primera mano la deforestación que se está produciendo para criar la carne europea. También entrevistamos a miembros de las comunidades locales para conocer el impacto sobre la salud y los conflictos sociales que provocan estos vastos monocultivos. Luego, seguimos la soja desde los campos de producción hasta los puertos, donde se procede a su envío por todo el mundo, incluyendo, de media, más de 30 millones de toneladas de soja y de harina de soja al año, que parte de Sudamérica rumbo a Europa.
La tragedia de la destrucción que documentamos reside en que es totalmente evitable. Aunque la producción de carne requiere en sí muchos recursos, no exige la destrucción de ecosistemas autóctonos. Existen más de 650 millones de hectáreas de terrenos ya desbrozados solo en América Latina , en los que se puede cultivar soja y criar ganado sin poner en peligro los ecosistemas autóctonos. Aunque es posible que no todas estas tierras degradadas estén disponibles para la producción agrícola, bastaría con poder contar con un pequeño porcentaje para cubrir durante años la expansión prevista del cultivo de soja. Las empresas europeas cuentan con un gran poder en el sector y el peso necesario para exigir que se ponga fin a la destrucción adicional de los ecosistemas autóctonos para la producción de soja.
En todos los lugares que visitamos, pudimos documentar cómo las empresas de la agroindustria talaban y quemaban miles de hectáreas del extraordinario ecosistema conocido como el Gran Chaco, una región de 110 millones de hectáreas que se extiende por Argentina, Bolivia y Paraguay. Los bosques secos del Chaco son una de las áreas continuas de vegetación autóctona aún presentes en Sudamérica, la segunda de mayor extensión, detrás de la selva amazónica.
Los bosques del Gran Chaco albergan una comunidad dinámica de pueblos indígenas, como los Ayoreo, Chamacoco, Enxet, Guarayo, Maka’a, Manjuy, Mocoví, Nandeva, Nivakle, Toba Qom y Wichi. Muchos de estos pueblos siguen siendo cazadores y recolectores, por lo que dependen plenamente del bosque. Uno de los más vulnerables es el pueblo indígena de los Ayoreo y algunos de los grupos que lo conforman nunca han entrado en contacto con otras personas. Dependen del bosque del Chaco para sobrevivir, por lo que se encuentran especialmente indefensos frente a contactos que, cuando se producen, suelen ser de naturaleza casi siempre violenta.
El Gran Chaco muestra una elevada biodiversidad y alberga un gran número de especies endémicas. Constituía un bastión impenetrable de criaturas casi mágicas, como el piche llorón (un animal bien real), el famoso jaguar y el oso hormiguero gigante.
Empresas estadounidenses de soja, como Cargill y Bunge, se han infiltrado en estas fronteras, arrasando y quemando estos hábitats para dar paso a amplios campos de soja genéticamente modificada. Sin embargo, el duro clima del Chaco no resulta adecuado para amplios monocultivos. Por lo tanto, la soja que se cultiva aquí está genéticamente modificada y requiere grandes cantidades de fertilizantes químicos y pesticidas tóxicos, como el herbicida glifosato. Y estos productos también están transformando el Chaco. Las aguas se han contaminado y los miembros de las comunidades locales informan sobre un auge de malformaciones congénitas, cánceres y enfermedades respiratorias. Incluso las mascotas y el ganado se ven afectados: muchas familias comentan que sus animales han muerto debido a la exposición a este herbicida.
En los últimos veinte años, los bosques del Chaco han experimentado algunas de las tasas más elevadas del mundo de conversión a tierras agrícolas, principalmente para el cultivo de soja y la cría de ganado . De hecho, los bosques del Chaco se pierden a un ritmo igual o superior al de los bosques tropicales , incluida la selva amazónica. En poco más de doce años, se han talado más de ocho millones de hectáreas del Chaco. Se estima que las emisiones totales asociadas a la conversión de los bosques y las praderas del Chaco a tierras de cultivo ascendieron a 3.024 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono entre 1985 y 2013, es decir más de cuatro veces las emisiones de dióxido de carbono provocadas por la combustión de combustibles en Alemania en 2015.
Y se trata de una tendencia que ha ido creciendo. Solo en Argentina, se perdieron un 22 por ciento de sus bosques entre 1990 y 2015 , principalmente para introducir en su lugar explotaciones de soja. La mayor parte de la deforestación se concentra en el norte del Chaco, en las provincias de Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco, que juntas constituyen un 80% de la deforestación. En 2009, Argentina aprobó una ley para la protección de los bosques que exige que se destine al menos un 0,3 por ciento del presupuesto total nacional a salvaguardar la aplicación de la legislación forestal. Sin embargo, los fondos asignados por el Congreso argentino en 2016 para la protección forestal fueron 23 veces inferiores a la cantidad requerida.
En los últimos años, Paraguay ha ocupado uno de los primeros lugares en el ranking de deforestación a nivel mundial. En 2017, el presidente Horacio Cartes promulgó un decreto (criticado por muchos al considerarlo ilegal) que permitía a los terratenientes despejar todo el bosque en su propiedad, lo que aceleró la tasa de deforestación en el Chaco .
La mala gobernanza, unida a la expansión a gran escala de la soja está provocando una deforestación que, según los expertos, amenaza «el equilibrio entre los humanos, los animales y el medio ambiente.» Un estudio reciente de la Universidad de Humboldt estima que se extinguirán más de la mitad de todas las aves y un 30 por ciento de los mamíferos dentro de 10 a 25 años si no se introducen unas fuertes medidas de conservación.
Otros ecosistemas también se han visto castigados por esta deforestación innecesaria. Se estima que se ha arrasado un 98% del Bosque Atlántico de Paraguay debido a intereses agrícolas. La ley de cero deforestación de 2004 la prohíbe en el Este de Paraguay hasta 2018, al igual que prohíbe la conversión de bosques en terrenos para la explotación agropecuaria. Sin embargo, sin sanciones ni consecuencias para la tala ilegal, los responsables de la deforestación se enfrentan a muy pocos obstáculos a la hora de convertir valiosos bosques en campos de soja.
El vínculo europeo
La deforestación que documentamos aquí es el resultado de una larga cadena de suministro que empieza en la frontera sudamericana y finaliza en los platos europeos. Empleamos la cartografía por satélite para determinar los focos actuales de deforestación provocada por la soja en el Chaco y enviamos a nuestro equipo a investigar a 20 lugares.
Encontramos deforestación reciente y también tala ilegal. Hablamos con los empleados de estas explotaciones (los estudios de caso completos están disponibles aquí) y averiguamos que prácticamente toda la soja proveniente de la deforestación se exporta a través del puerto de Rosario y otros adyacentes. Debido a que la región del Chaco se encuentra relativamente apartada, los agricultores venden la mayoría de la soja a empresas de transporte que se encargan de llevarla a estos puertos , mientras que los grandes comerciantes de las empresas de la agroindustria cuentan con sus propios silos e instalaciones portuarias. Sin embargo, está a punto de mejorar el transporte en la zona. Como parte de la iniciativa de infraestructura del Plan Belgrano, el gobierno argentino está reconstruyendo una línea ferroviaria principal en las provincias de Salta y Jujuy para agilizar el transporte de soja de la frontera del bosque del Chaco a los puertos. En la práctica, esta nueva infraestructura actúa como un subsidio de gran envergadura para la industria de la soja en el Chaco. Por esta razón, a menos que el sector privado y el gobierno tomen medidas inmediatas de conservación, es muy probable que el ferrocarril acelere la deforestación.
Los agricultores nos contaron que venden la soja a grandes empresas comerciantes y mencionaron a Cargill y Bunge como clientes importantes. En ninguno de los lugares que visitamos encontramos presentes a los terratenientes y nos enteramos de que la mayoría de estas explotaciones son propiedad de corporaciones con sede en Buenos Aires o de grandes empresas extranjeras. Curiosamente, la mayoría de la soja argentina que se importa a Europa proviene de estos puertos , que son los que presentan el riesgo más elevado de deforestación, puesto que se envía desde aquí la soja cultivada en la frontera del Chaco.
En 2016, Europa importó 27,8 millones de toneladas de soja desde América Latina. Los Países Bajos, España, Alemania e Italia son los principales importadores de soja sudamericana de Europa. Una vez en Europa, la soja la adquieren procesadores de carne o de pienso animal y se emplea para criar al ganado. Después se vende a los supermercados y restaurantes y, por último, es adquirida por los consumidores.
Los intermediaros ocultos de la carne europea
Existe un pequeño grupo de empresas que actúan como intermediarios en el comercio agrícola mundial: ADM, Bunge, Cargill, Louis Dreyfus y Wilmar. Estas empresas controlan conjuntamente la mayoría del mercado mundial de comercio de cereales , según algunas estimaciones controlarían incluso hasta un 90%. Además de su rol en el comercio, estas empresas también desempeñan un papel más directo en la promoción de la conversión de los ecosistemas, al proporcionar a los terratenientes financiación, fertilizantes, infraestructura y otros incentivos a la deforestación con el fin de ampliar su base de suministro. Debido a su influencia excesiva, estas empresas tienen el poder de insistir que los proveedores protejan los ecosistemas autóctonos y los derechos de propiedad de la tierra. Sin embargo, por el momento, han otorgado prioridad a una expansión irresponsable, incluso en detrimento de logros de conservación fáciles de conseguir.
En las áreas que visitamos para la presente investigación, encontramos vínculos significativos con dos grandes empresas comercializadoras: Cargill y Bunge. En varios lugares en los que se estaba produciendo la deforestación, los agricultores entrevistados comentaron que vendían a estas dos empresas. Bunge opera en un gran silo en la provincia argentina de Chaco y Cargill posee dos silos cerca. En la región del Bosque Atlántico de Paraguay, Cargill y Bunge operan silos en los departamentos de San Pedro y Canindeyú.
Como respuesta a nuestras preguntas, Bunge nos comunicó que no consta en sus registros que hayan adquirido de los productores destacados en nuestra investigación. Cargill comunicó que resultaba poco probable que los silos se proveyeran de los lugares que visitamos, puesto que sus instalaciones de procesamiento no se encuentran cerca de los mismos. Sin embargo, la mayor parte de la soja de esta zona se transporta a los puertos de Rosario, puesto que en la región fronteriza no existe una gran infraestructura para el almacenamiento. Cuando se les preguntó por el grado de trazabilidad, ni Cargill ni Bunge aportaron respuestas que indicaran que cuentan con información completa sobre la localización y el origen de su cadena de suministro para la soja.
Ningún requisito jurídico obliga a las empresas a documentar el origen geográfico de la soja ni a proporcionar pruebas de que se ha producido de forma legal. Por esta razón, en la actualidad, a las empresas europeas que se proveen con estas comercializadoras les resulta imposible garantizar que la soja que han adquirido no se haya producido mediante la deforestación. Cabe destacar que ambas empresas han comunicado públicamente sus compromisos de cero deforestación en sus cadenas de suministro. Saber dónde y cómo se están produciendo sus productos es el primer paso para garantizar que cumplen dicho compromiso.
Estos problemas se extienden más allá del Gran Chaco; documentamos anteriormente 567.562 hectáreas de deforestación vinculadas a Bunge y 130.000 hectáreas a Cargill en el Cerrado brasileño; así como una amplia deforestación adicional vinculada a Cargill en el Amazonas boliviano . Entre las grandes empresas comercializadoras, Cargill y Bunge se alzan como los motores más importantes de la deforestación para el cultivo de soja en toda América Latina. Estas empresas figuran entre las exportadoras principales de soja de Sudamérica a Europa.
ADM opera en regiones menos expuestas a la deforestación. Sin embargo, ha reducido recientemente el apoyo que brindaba antes a medidas de conservación aplicables a todo el sector. ADM comentó a nuestro equipo que se resisten a actuar porque «no quieren romper filas» frente a la competencia: se otorga la prioridad a la solidaridad en el sector frente al medio ambiente y la competencia leal en el mercado. Louis Dreyfus, pese a ser una empresa más pequeña, respalda en mucha mayor medida la conservación.
Una de las razones por las que las políticas y las acciones de estas empresas son tan importantes es que operan a menudo en un ambiente al margen de la Ley. En Argentina, Greenpeace, entre otros, reveló que las licencias otorgadas por el gobierno provincial de Salta han autorizado la deforestación de prácticamente 150.000 hectáreas de bosque protegido, contraviniendo la legislación nacional. En muchos casos, las empresas del sector agroindustrial han arrasado terrenos con entera impunidad. Sin embargo, no contarían con ningún incentivo para actuar así, si las empresas europeas no estuvieran dispuestas a adquirir soja proveniente de la deforestación.
Compromisos existentes
En cada fase de la cadena de suministro, las empresas cuentan con políticas de cero deforestación. Sin embargo, pese a su reputación «ecológica» y la publicidad que acompaña al anuncio de una política de cero deforestación, algunas empresas han ido más lejos que otras a la hora de implementar planes de acción y garantizar el cambio a través de sus cadenas de suministro. Siendo francos, resulta positivo el paso que han dado estas empresas al expresar públicamente su deseo de poner fin a la deforestación. Sin embargo, para poder tener un impacto real en la práctica, dichas políticas deberán aplicarse sobre el terreno y no solo quedarse en papel mojado.
Por ejemplo, aunque Cargill y Bunge han declarado públicamente su compromiso de eliminar la deforestación en sus cadenas de suministro, se ha seguido produciendo y entre sus clientes cuentan con supermercados y restaurantes de comida rápida alemanes. Sin ningún tipo de sistema instaurado para garantizar una trazabilidad y transparencia completa, estas empresas pueden declarar públicamente su compromiso de cero deforestación, mientras cierran los ojos frente al impacto real de sus operaciones.
Según nuestra investigación, la destrucción impulsada por la industria de la soja no se ve limitada al medio ambiente, sino que también tiene un impacto muy fuerte sobre las personas. La mayoría de las explotaciones de soja en las áreas deforestadas emplean de forma intensiva el herbicida glifosato (comercializado por Monsanto con el nombre de Roundup). El Banco Mundial informa que el uso de productos agroquímicos en Argentina ha aumentado un 1000% en los últimos 20 años, debido al cambio a soja genéticamente modificada resistente al glifosato, lo que permite que se fumiguen cantidades aún mayores. La Organización Mundial de la Salud ha declarado que el glifosato es probablemente cancerígeno, aunque Monsanto ha defendido la seguridad de su producto. Tras varias rondas de debate, la UE decidió renovar la licencia del glifosato cinco años más. Sin embargo, de acuerdo con sus propios estudios independientes, el gobierno francés ha declarado recientemente su intención de prohibir el glifosato en cuanto se encuentren alternativas, a más tardar en un plazo de tres años. De media, en Argentina, un 19 por ciento de los fallecimientos se producen debido al cáncer; sin embargo, en las regiones en las que se cultiva la soja, el porcentaje asciende a 30. Por esta razón, preocupa que el uso extendido de pesticidas y productos químicos en el Chaco y en otras partes pueda estar afectando a la salud de los habitantes.
Una familia de campesinos entrevistada por nuestros investigadores aporta un preocupante testimonio sobre el impacto real del uso de herbicidas para la soja. Esta familia, que vive en un área rural a unos 100 kilómetros de Resistencia, la capital de la provincia de Chaco, tenía un vecino que utilizaba glifosato para «desbrozar» la vegetación autóctona de todo un campo. Sin embargo, mientras empleaba el herbicida, se puso a llover y la escorrentía contaminó su tierra, así como el abrevadero para sus animales. Nos comunicaron que se les murieron 140 gallinas, cabras y vacas, poniendo en peligro el sustento de la familia.
«Lo peor no fueron los animales muertos», nos comentó un miembro de la familia. «Nosotros sufrimos más. La mayoría de los niños enfermaron. Todos. Tengo un hijo, de 19 años. (…) Una niña de 15 años y otra de 3 años, así como un niño de 1 año. El más pequeño fue el que peor lo pasó». Sufrieron «erupciones en la piel, problemas de estómago y anemia», dijo. «Nuestros hijos tuvieron que ser hospitalizados». Supo que otras dos familias cercanas habían padecido problemas similares, incluida una que perdió más de 30 perros y otra que perdió todos los animales y tuvo una hija que nació con discapacidad.
Más inquietante aún es el hecho de que ninguna de las familias afectadas sintió que podía decir algo en aquel momento, por miedo a las represalias. Una familia a la que entrevistamos nos dijo que les habían transmitido que si decían algo, el ayuntamiento les cerraría su pequeño negocio, su única fuente de ingresos después de que fallecieran los animales. «El representante [del ayuntamiento] dijo que si insistíamos en decir que era veneno y ellos decían que no, posiblemente vendrían y me cerrarían el taller», explicaba un miembro de la familia. «No solo un taller, sino también una serrería, una industria, una fábrica (…). Cerrarían los negocios». Por miedo a las represalias, todas las familias de las víctimas han pedido permanecer anónimas.
En Avia Terai, donde se encuentra el silo más grande de Bunge en la región, los investigadores entrevistaron a Silvia Achaval. Es madre de Camila, una niña de seis años que tiene suerte de seguir aún viva. La casa de la familia está ubicada muy cerca del área en la que una empresa procede a la fumigación aérea de campos de soja. Los aviones «volaban cuando estaba embarazada», nos dijo Silvia. Camila nació con graves defectos congénitos. Acudieron rápidamente al hospital con ella. «Tenía todo descolocado», comenta Silvia. «Tuvieron que mover su corazón, sus pulmones (…). Me dijeron que la operación fue complicada (…) que había nacido así por el veneno. Los médicos dijeron que no iba a sobrevivir. Pero gracias a Dios sobrevivió».
«[A los políticos y a las empresas] solo les interesa el dinero», dijo Silvia. «No les preocupa que la gente se ponga enferma, que los niños nazcan sanos. Es triste, pero todo gira en torno al dinero. Y los presidentes y los alcaldes tienen que alzar la voz y decir basta ya. Dejen de envenenar.»
El médico de Camila sospechó que los problemas de salud habían sido causados por una contaminación por pesticidas, sobre todo el glifosato, que según algunos estudios está estrechamente vinculado a malformaciones fetales y que fue empleado en la fumigación aérea. También se sospecha de una segunda fuente de contaminación: una planta de semillas llamada Agros Soluciones propiedad de Monsanto. Según los residentes locales, la empresa produce residuos tóxicos que contaminan el aire fuera de su planta. Y Camila no es la única. «Cada vez hay más niños con muchos problemas», dice Silvia. «Niños sin manos o piernas, que no hablan. Esta soja contiene mucho veneno. Tenemos que pararlo». Camila y sus vecinos han estado trabajando para conseguirlo. Tras sus protestas, los aviones de la empresa de fumigación dejaron de sobrevolar su pueblo. Sin embargo, muchos de sus habitantes tienen miedo de hablar por el poder que tiene el sector de la soja.
Las violaciones de los derechos humanos y la violencia contra las comunidades indígenas
La comunidad indígena de Y’apó vive cerca de la frontera brasileña en la ciudad de Corpus Christi, Paraguay. Según el testimonio y las fotografías de una investigación realizada por el periódico paraguayo E’a, en 2014 la comunidad fue invadida por 50 guardias de seguridad armados que habían sido contratados por una explotación agrícola vecina, propiedad del grupo «La Americana». Dicha explotación procedió a la deforestación de 1.000 hectáreas de tierras del pueblo indígena. Desde entonces, la empresa acusa a los Y’apó de presencia ilegal en sus propias tierras.
De acuerdo con la investigación del periódico, que se vio corroborada por el testimonio de la comunidad recabado por nuestro equipo sobre el terreno, los guardias de seguridad armados derrumbaron puertas e invadieron las casas, asaltaron a adultos y niños, dieron patadas a mujeres embarazadas y algunas de ellas perdieron a sus bebés. Treinta y dos miembros de la comunidad resultaron heridos. Tres guardias y siete indígenas recibieron balazos. Un guardia falleció. Según las víctimas, la intención del ataque era conseguir que los habitantes dejaran la zona.
Nuestros investigadores entrevistaron al líder de la comunidad, Abelino García. Nos dijo que la explotación agrícola no deja de acusarles de ocupación ilegal y que su pueblo vive con el miedo constante de que los guardias de seguridad privada regresen y los obliguen a irse, o algo peor. También comentó que los ríos están tan contaminados por los pesticidas que los peces -una fuente importante de alimento- se están muriendo. Y en la comunidad, ahora rodeada de campos de soja, las oportunidades para la caza tradicional prácticamente han desaparecido. La llegada de la soja también ha sembrado cizaña en la comunidad entre aquellos que intentan proteger sus tierras tradicionales y aquellos que las han vendido a las empresas de soja. La irrupción de la soja a gran escala pone en peligro la cultura local.
Ramón Lopez, líder de la comunidad indígena de toda la región, nos comentó que otras muchas comunidades se habían visto forzadas a desplazarse después de que la deforestación destruyera su estilo de vida tradicional Algunas incluso se quedaron sin madera para construir sus casas. Ahora, para muchas personas el único medio de supervivencia es alquilar su tierra a los cultivadores de soja. Más preocupante aún, comentó que se albergan pocas esperanzas de que las comunidades indígenas puedan sobrevivir mucho más.
Vivir en vertederos
Nuestros investigadores entrevistaron a Cándida Ferreira Benítez, una mujer indígena que vive en un vertedero de la ciudad de Nueva Esperanza, en el departamento de Canindeyú, Paraguay.
Anteriormente vivía con su tribu del arroyo Guazú, en el departamento de Alto Paraná. Sin embargo, nos comentó que cuando se taló el bosque para dejar paso a las explotaciones de soja, no quedaban animales que cazar, ni frutos que recolectar, ni madera para construir casas. Por lo tanto, la única forma que tenían los indígenas de ganarse la vida era alquilar sus terrenos a los cultivadores de soja. Sin embargo, Cándida, madre soltera, no recibió ningún dinero por el alquiler y se quedó sin ningún medio de subsistencia. Además, todo lo anterior incumple la legislación paraguaya , puesto que está prohibido el alquiler a terceros de terrenos clasificados como tierras de pueblos indígenas .
Cándida se vio forzada a dejar su comunidad y encontró empleo en un vertedero. Poco después, diez familias de su comunidad se sumaron a ella. Todos viven en una situación insalubre y en la pobreza. Cándida añora su hogar y desearía poder regresar, pero por culpa del cultivo de la soja, no queda ya nada de bosque.
La tragedia de esta deforestación y de las violaciones de los derechos humanos es totalmente evitable. En otras partes de América Latina, las mismas empresas de soja que promueven la deforestación en la frontera han mostrado que es posible extender las tierras agrícolas sin destruir los ecosistemas autóctonos.
Hace más de diez años, ante la presión de clientes europeos y de otras partes del mundo, Cargill, Bunge, ADM y Louis Dreyfus, entre otros, acordaron prohibir la compra a agricultores que provocaran la deforestación del Amazonas brasileño. En tres años, la tala ocasionada por la soja pasó de un 30% del total a constituir tan solo un 1% . Pese a la prohibición de la deforestación, estas empresas han podido ampliar el área destinada al cultivo de soja en el Amazonas brasileño en más de dos millones de hectáreas, centrándose en terrenos degradados, una situación beneficiosa para todas las partes tanto desde el punto de vista ambiental como económico. El progreso en la ganadería es similar, por lo que la importante disminución de la deforestación en el Amazonas brasileño se considera una de las grandes historias de éxito medioambiental a nivel mundial.
Pese a estos logros, dos de las empresas de soja más grandes del mundo, Bunge y Cargill, han seguido impulsando la expansión cruzando nuevas fronteras fuera del Amazonas brasileño, incluido el Gran Chaco de Argentina y Paraguay, así como el Cerrado brasileño y el Amazonas boliviano. Aunque competidores como Louis Dreyfus Company y Wilmar International han expresado su voluntad de extender el éxito brasileño por toda Sudamérica, Cargill y Bunge han resistido amargamente los esfuerzos por ampliar una producción libre de deforestación.
Movimiento en el sector
Cabe destacar que algunos de los más importantes vendedores de carne y productos lácteos del mundo han empezado al menos a instar a la acción. 61 de las empresas líderes en la venta de carne y lácteos, incluyendo Metro AG, Tesco, Marks and Spencer, Carrefour, Wal-Mart, McDonald’s y Unilever, han publicado recientemente un llamamiento para poner fin a la destrucción de la vegetación autóctona en el Cerrado de Brasil . Aunque este «Manifiesto de Cerrado» constituye un primer paso alentador, se corre el riesgo de que se repita la laguna provocada por la Moratoria de la Soja de Brasil. Al limitar la acción a un único ecosistema, se genera un efecto de incentivo perverso para que empresas como Bunge y Cargill trasladen su deforestación a otras fronteras como Argentina y Paraguay. Bunge y Cargill operan en toda Sudamérica; para que resulten eficaces, las medidas deben aplicarse a la misma escala que estas enormes corporaciones.
Además, resulta insuficiente instar amablemente a la acción. Hasta que Bunge y Cargill no sientan la amenaza de que los clientes podrían trasladar sus volúmenes de compra a proveedores de soja responsables, creerán que pueden ignorar las críticas. Precisamente, la amenaza de poner fin a los pedidos fue precisamente lo que impulsó a Bunge y Cargill a adoptar el exitoso Moratorio de la Soja de Brasil.
Las empresas europeas tienen mucha influencia: importaron 27,8 millones toneladas de soja de América Latina en 2016 . Además, Europa es un mercado atractivo: se considera estable y de gran valor, no sujeto a la interferencia arbitraria del mercado que, en ocasiones, ejerce una gran presión sobre los beneficios de las empresas comercializadoras en Asia. Empresas como Louis Dreyfus y Wilmar International están mostrando el camino contra la deforestación al proporcionar apoyo a acciones a nivel sectorial. Sin embargo, incluso estas empresas pueden mejorar. Al buscar como proveedores de soja a empresas que apoyen activamente una acción global para poner fin a la deforestación, los compradores europeos de carne proporcionarán un claro incentivo en el mercado para prácticas más sostenibles.
Además, estas empresas necesitan comprometerse con las normas mundiales sociales y de derechos humanos del consentimiento libre, previo y fundamentado, con el fin de garantizar que sus operaciones no estén infringiendo la legislación sobre la tierra de las comunidades indígenas o locales, así como para asegurarse de que el conflicto social no forme parte de los procesos de producción de soja. Teniendo en cuenta los estudios de la comunidad científica y el debate en curso , resulta necesario replantearse el uso de glifosato como herbicida, así como tomar medidas para minimizar la exposición de las comunidades locales.
En otros países europeos, se han producido recientemente algunos cambios positivos para poner fin a la deforestación «importada». Dentro de su Plan de Acción Climática 2017, Francia está desarrollando una estrategia nacional para garantizar que las materias primas importadas, como el aceite de palma y la soja, no provoquen deforestación. Además, el país ha transpuesto la legislación europea para que las empresas rindan cuentas frente al daño medio ambiental y social en sus cadenas de suministro. En su reciente ley sobre el deber de vigilancia (devoir de vigilance) de febrero de 2017, se exige a las grandes empresas con 10.000 empleados que procedan a realizar una evaluación de riesgo y un informe, así como a actuar frente a daños ambientales y sociales que se produzcan en sus cadenas de suministro, incluyendo a los subcontratistas y los proveedores en todo el mundo. Al fin, se ofrece tanto a las empresas francesas como a los consumidores la posibilidad de saber más sobre la proveniencia de sus alimentos y sobre la forma en la que se produjeron.
La Unión Europea en su conjunto se encuentra en posición de aprobar un gran cambio en todo el sector. Como un 97% de la soja empleada como pienso animal en la UE se importa, tiene la importante responsabilidad de exigir que su soja no contribuya a la destrucción de bosques ni de ecosistemas autóctonos. La UE debe transmitir un mensaje contundente al mercado, exigiendo a las empresas que implementen medidas para aumentar la transparencia y la trazabilidad de la cadena de suministro, para garantizar que las materias primas agrícolas no estén relacionadas con la deforestación ni con violaciones de los derechos humanos ni con el acaparamiento de tierras. Además, la UE debe aprovechar la oportunidad que brinda la actual reforma agrícola en curso para garantizar la diversificación de su producción de proteínas, con el fin de incluir alternativas a la carne y apoyar la transición hacia prácticas de producción agroecológicas, que beneficien a los agricultores y que mejoren el suelo.
Resulta evidente que poner fin a la deforestación, al acaparamiento de la tierra y a los usos más atroces de pesticidas no va a resolver todos los retos ambientales que presenta la carne. Sin embargo, acabar con la deforestación y el acaparamiento de la tierra representaría un primer paso hacia una auténtica responsabilidad de las empresas. Resulta fácil y asequible, además de haber demostrado ser viable en otras partes de Sudamérica a gran escala. Las empresas europeas no deben buscar excusas para no tomar medidas de forma inmediata; se presenta una oportunidad para alcanzar un enorme beneficio.
Este proyecto se llevó a cabo con el apoyo de Norad y la Iniciativa Internacional de Clima y Bosques de Noruega.